Se detuvo en mitad de las escaleras que descendían al
metro y giró la cabeza, como si alguien le estuviera siguiendo, pero no había
nadie. Dentro del vagón, poco después, abrió el libro, a pesar de los murciélagos
que pululaban por su cerebro. Enfrente, un hombre viejo con la cabeza gacha alzó
las cejas para mirarle y le dijo: “El sánscrito es la lengua con la que se creó
el mundo”.
Persuadido de que estas palabras le concernían por alguna
razón, cerró el libro y mientras el tren derrapaba por las vías hasta
desprenderse de ellas y chocar contra los redondos muros del túnel, asintió con
una sonrisa al viejo, persuadido que ese oscuro suceso que se había
desencadenado bajo tierra apenas alteraría unos centímetros la ruta de las
raíces del álamo que buscan el centro de la Tierra.