viernes, 18 de octubre de 2019

Vigilante, ¿qué hay de la noche?



Desde hace siglos, los caminantes nocturnos han sido objeto de innumerables censuras por parte del resto de población circulante. El mero hecho de usar los pies en vez de otros más mecánicos procesos, incluso durante las húmedas horas lunáticas, lleva a muchos caminantes a recorrer las calles con ciertas reservas debido a lo precario de su prestigio. Sin embargo, está probado que nadie piensa si no anda. El mecanismo del cerebro es simple, aunque desconocido. Lo único que podemos inferir es que  se requiere el girar de las moviolas o el pedaleo frenético de los ciclistas, o en su defecto, el caminar nocturno, como mecanismo moderno para propiciar el más sutil origen del pensamiento dentro de esa nuez pequeña y maltrecha que es el cerebro. El andar ha de ser constante, para crear ideas que valgan la pena. Ya los grandes peripatéticos vinieron a descubrir tan obvia relación, que hasta hoy no ha servido para que muchos filósofos difusos evitaran caer en las más extremas sequías creativas porque pretendían pensar sus sistemas sentados en el cómodo sitial de sus oscuras y humeantes chambres a coucher. Por todo ello, yo ando. En mi caso es más fácil porque tengo cuatro patas. Ando bajo las farolas, con ella, después, pienso. Vamos a todas partes, ¡hacia los azarosos laberintos cognitivos incluso! (La luna, seguro, tiene que ver algo con todo este procedimiento)

Photo: Bruce Davidson

jueves, 17 de octubre de 2019

Donne y las cajas


Poco se habla de los materiales con los que se ensamblan los féretros o ataúdes, mejor llamados, con cierta aspiración a eufemismo, “cajas”. (Cajas portadoras de personas que ya no necesitan respirar, y que, por lo tanto, pueden estar cerradas herméticamente todo lo que se desee sin perjuicio del contenido.) Al margen de ningún interés por el negocio de las pompas fúnebres actual, hay que recordar que en tiempos del rey Jacobo, sucesor más o menos de la Isabel de Shakespeare, se solía utilizar en Inglaterra preferiblemente, al parecer, la madera de abeto. Cuantos abetos se podían talar en la isla en aquel tiempo se desconoce. El caso es que la madera de abeto tiene ciertas cualidades, como casi todas, entre otras, su resistencia a la humedad. Es inevitable pensar que la humedad es una gran enemiga de los cadáveres que quieren persistir en su forma. El hecho de que se utilice esta madera también para los instrumentos musicales no viene al caso. El caso es que las cajas se hacían de madera de abeto. John Donne, poeta metafísico, pero rico en metáforas muy físicas, experto en el arte de poetizar sobre Dios y en la adulación postrera de damas de la Corte, escribió el siguiente verso, traducido por Cacciarolo Trejo, metaforista profesional como suelen ser los chilenos:  “y el árbol que envuelve ese cristal en tumba de madera, será un abeto rejuvenecido” El cadáver es cristal porque pertenecía a una dama, como decíamos, a la que había que ponderar en su pureza, pero es más bonita aún si cabe esa expresión del “abeto rejuvenecido” que remite necesariamente a la resurrección en estado de dispersión: resucita el cuerpo y la madera de la caja, por añadidura. Vuelve a su origen de árbol, de árbol además de pocos años y, por lo tanto, nos lo imaginamos, de profusa y afilada copa, cosa de la que nos alegraríamos porque nos gustan los árboles, y bastante. Donne era todo un comandante en jefe del ingenio.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Protección




Viene a establecerse de nuevo un pacto
No escrito, no leído, no pensado
Entre las diversas especies de microbios
(pequeños, medianos, sinceros, arborescentes)
Para evitar en lo sucesivo
Si el tiempo lo permite
Que sus sucias antenas mancillen
El letargo de la doncella clarividente


Photo: Emmet Gowin