Antes de que Juba, rey de Mauritania, enviase una
expedición a las Islas Púrpura en busca de los antiguos secretos de los
fenicios, su mujer, la reina Cleopatra Selene, se desnudó. Estaban en medio del
silencio de palacio. Había, eso sí, el rumor de una fuente. Pero el silbido de
los vestidos de seda cayendo alarmaron a la guardia que, al otro lado de los
muros, sintieron la amenaza de una serpiente. También se escuchó el corazón del
rey batiendo sus costillas. Cleopatra Selene le hizo entender con este gesto
que había otras prioridades en el reino, más relacionadas con el futuro que con
el presente de los caracoles de Tiro. Más
tarde, Juba, sólo en su gabinete, empezó a escribir otro tratado de gramática.
jueves, 7 de noviembre de 2019
viernes, 18 de octubre de 2019
Vigilante, ¿qué hay de la noche?
Desde hace siglos, los
caminantes nocturnos han sido objeto de innumerables censuras por parte del resto
de población circulante. El mero hecho de usar los pies en vez de otros más
mecánicos procesos, incluso durante las húmedas horas lunáticas, lleva a muchos caminantes
a recorrer las calles con ciertas reservas debido a lo precario de su
prestigio. Sin embargo, está probado que nadie piensa si no anda. El mecanismo
del cerebro es simple, aunque desconocido. Lo único que podemos inferir es que se requiere el girar de las moviolas o el
pedaleo frenético de los ciclistas, o en su defecto, el caminar nocturno, como
mecanismo moderno para propiciar el más sutil origen del pensamiento dentro de esa
nuez pequeña y maltrecha que es el cerebro. El andar ha de ser constante, para
crear ideas que valgan la pena. Ya los grandes peripatéticos vinieron a descubrir
tan obvia relación, que hasta hoy no ha servido para que muchos filósofos
difusos evitaran caer en las más extremas sequías creativas porque pretendían
pensar sus sistemas sentados en el cómodo sitial de sus oscuras y humeantes chambres
a coucher. Por todo ello, yo ando. En mi caso es más fácil porque tengo
cuatro patas. Ando bajo las farolas, con ella, después, pienso. Vamos a todas
partes, ¡hacia los azarosos laberintos cognitivos incluso! (La luna, seguro, tiene
que ver algo con todo este procedimiento)
Photo: Bruce Davidson
jueves, 17 de octubre de 2019
Donne y las cajas
Poco se habla de los materiales con los que se
ensamblan los féretros o ataúdes, mejor llamados, con cierta aspiración a eufemismo,
“cajas”. (Cajas portadoras de personas que ya no necesitan respirar, y que, por
lo tanto, pueden estar cerradas herméticamente todo lo que se desee sin
perjuicio del contenido.) Al margen de ningún interés por el negocio de las pompas
fúnebres actual, hay que recordar que en tiempos del rey Jacobo, sucesor más o
menos de la Isabel de Shakespeare, se solía utilizar en Inglaterra preferiblemente,
al parecer, la madera de abeto. Cuantos abetos se podían talar en la isla en aquel
tiempo se desconoce. El caso es que la madera de abeto tiene ciertas cualidades,
como casi todas, entre otras, su resistencia a la humedad. Es inevitable pensar
que la humedad es una gran enemiga de los cadáveres que quieren persistir en su
forma. El hecho de que se utilice esta madera también para los instrumentos
musicales no viene al caso. El caso es que las cajas se hacían de madera de
abeto. John Donne, poeta metafísico, pero rico en metáforas muy físicas, experto
en el arte de poetizar sobre Dios y en la adulación postrera de damas de la
Corte, escribió el siguiente verso, traducido por Cacciarolo Trejo, metaforista
profesional como suelen ser los chilenos: “y el árbol que envuelve ese cristal en tumba
de madera, será un abeto rejuvenecido” El cadáver es cristal porque pertenecía
a una dama, como decíamos, a la que había que ponderar en su pureza, pero es
más bonita aún si cabe esa expresión del “abeto rejuvenecido” que remite
necesariamente a la resurrección en estado de dispersión: resucita el cuerpo y
la madera de la caja, por añadidura. Vuelve a su origen de árbol, de árbol
además de pocos años y, por lo tanto, nos lo imaginamos, de profusa y afilada
copa, cosa de la que nos alegraríamos porque nos gustan los árboles, y bastante.
Donne era todo un comandante en jefe del ingenio.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Protección
Viene a establecerse de
nuevo un pacto
No escrito, no leído, no pensado
Entre las diversas
especies de microbios
(pequeños, medianos,
sinceros, arborescentes)
Para evitar en lo
sucesivo
Si el tiempo lo permite
Que sus sucias antenas mancillen
El letargo de la
doncella clarividente
Photo: Emmet Gowin
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