Antes de que Juba, rey de Mauritania, enviase una
expedición a las Islas Púrpura en busca de los antiguos secretos de los
fenicios, su mujer, la reina Cleopatra Selene, se desnudó. Estaban en medio del
silencio de palacio. Había, eso sí, el rumor de una fuente. Pero el silbido de
los vestidos de seda cayendo alarmaron a la guardia que, al otro lado de los
muros, sintieron la amenaza de una serpiente. También se escuchó el corazón del
rey batiendo sus costillas. Cleopatra Selene le hizo entender con este gesto
que había otras prioridades en el reino, más relacionadas con el futuro que con
el presente de los caracoles de Tiro. Más
tarde, Juba, sólo en su gabinete, empezó a escribir otro tratado de gramática.
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