viernes, 11 de diciembre de 2015

Muñecos de arroz



En la casa no hacía frío a pesar de que la caldera estaba rota. A veces pasa que no se sabe de dónde viene el calor que uno siente, ahora no, porque ella andaba cerca. De postre su madre puso chocolate crujiente, trufas y fresas, y uvas que no se tocaron porque ya era bastante abuso. Después empezamos a hacer los muñecos de nieve. Cortamos tres calcetines en dos partes. En la que iba a ser el cuerpo, agarramos un extremo con una goma de caucho y a cucharadas soperas, sin miedo, empezamos a llenarlo de arroz barato. El arroz se disgrega con sonido y algunos granos escaparon hasta el suelo. El calcetín acabó haciéndose una bola, modelamos una cabeza y lo atamos con más gomas. La pelota resultante pesaba de un modo gracioso, humano, era extraña esa mezcla de granos vegetales y tejido. Con la otra parte del calcetín hicimos el gorro y se lo pusimos un poco como caía, doblándolo por abajo. Cortamos fieltro azul, amarillo y rojo para las bufandas. El fieltro se corta fácil y es bueno para el tacto. La madre explicaba como hacer todo suave, sencilla y más que nada reíamos. Con tres alfileres y dos botones pegados con cola los muñecos consiguieron sus ojos, de mirada pequeña y limpia, su nariz y su traje. El blanco del calcetín simulaba bien la nieve, igual igual a aquella que cayó hace cuarenta años en mi barrio y en la que descubrí que el frío, a veces, también es un juego. Para decorar el gorro, le hicimos unos lazos casi de seda y añadimos más fieltro cortado, todo a juego, mediante contrastes, porque nos importan siempre los detalles y los hilos que se desflecan, las pecas, los granos, las flores absurdas, las letras y otras cosas aparentemente sin importancia. Al final había sobre la mesa tres muñecos de nieve perplejos por haber nacido así de fácil. Ella hizo una foto y dijimos algo así como qué bonitos. 

No llueve desde hace días, esto no parece diciembre, carajo. Casi se secó el cactus, pero no se queja demasiado. Alguna que otra espina ha cedido y se ha caído. El mar, por su parte, sigue perdiendo agua. Dieron las cinco.

Fue entonces que los tres muñecos de nieve empezaron a conversar, así, sin más y bueno, después de mirar todo alrededor y de decir algo sobre la lámpara, después de sonreír sin boca, preguntaron cómo era que ellos parecían, efectivamente, muñecos de nieve y sin embargo no andaban con frío, como corresponde. Se hacían cruces de como podía ser esto, tenían la cabeza grande pero no comprendían mucho. Yo estuve por contarles algo sobre el arroz, sobre el calcetín deportivo y blanco, sobre esto que casi todos sabemos de que no podemos ser siempre lo que queremos ser. Luego susurraron algo entre ellos, parecían contrariados, porque, hay que aceptarlo, no es difícil echar de menos la nieve en estos tiempos. Al rato se quedaron callados, parecía que habían olvidado y opinaron algo sobre las propiedades y usos de la cúrcuma. La tarde se hizo buena, tranquila, distinta y sin saberse muy bien por qué, caliente. Uno de los muñecos, el de la bufanda azul, empezó a derretirse, contento. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Nieve de diciembre.
Despiertan muñecos al olor de la zanahoria.
Maria

Butterfly dijo...

Cuando la vida acelera en exceso es bueno detenerse y hacer magia con arroz!!
Me quedo con la ternura de tu relato y la magia que regalas entrelíneas.

Mario Gómez dijo...

¡Precioso haiku, María! Tenemos que hacer millones. Gracias a las dos, por aquella tarde preciosa y por vuestra inestimable sensibilidad.

IOLANTHUS dijo...

Al menos uno de ellos consiguió ser lo que quería ser, aunque se derritió feliz.
Me ha gustado este texto entre cuento de Navidad y la filosofía del ser.
Un saludo

IOLANTHUS dijo...

Al menos uno de ellos consiguió ser lo que quería ser, aunque se derritió feliz.
Me ha gustado este texto entre cuento de Navidad y la filosofía del ser.
Un saludo