domingo, 6 de febrero de 2022

Subliminal

 


En los libros de letra apretada, aprovechando los espacios entre letras y líneas, aparecen, si desenfocas la vista, dibujos ocultos. Sin embargo, si intentas identificarlos, saber qué son esas imágenes (que deben corresponder, sin duda, a alguna simbología oscura), la página solo te devuelve las palabras impresas. Ayer entreví un rostro. 


Rothko, nº 14


jueves, 2 de diciembre de 2021

Ayurveda

 



Se detuvo en mitad de las escaleras que descendían al metro y giró la cabeza, como si alguien le estuviera siguiendo, pero no había nadie. Dentro del vagón, poco después, abrió el libro, a pesar de los murciélagos que pululaban por su cerebro. Enfrente, un hombre viejo con la cabeza gacha alzó las cejas para mirarle y le dijo: “El sánscrito es la lengua con la que se creó el mundo”.

Persuadido de que estas palabras le concernían por alguna razón, cerró el libro y mientras el tren derrapaba por las vías hasta desprenderse de ellas y chocar contra los redondos muros del túnel, asintió con una sonrisa al viejo, persuadido que ese oscuro suceso que se había desencadenado bajo tierra apenas alteraría unos centímetros la ruta de las raíces del álamo que buscan el centro de la Tierra.

domingo, 17 de octubre de 2021

Moira (1)


 

Estrujar la luna con los ojos, ahogar los ruidos que asolan el magma del odio, durmiendo, sin percibir los golpes que percuten en la caja del sueño, mientras él va y viene, no se sabe haciendo qué, ahí estás, si grito. Mientras busco el río blanco que es la vida, que calma al tigre de sable y al oso de la caverna, el fuego de una risa que es vida inviolada de alegres gritos, auténtica reserva de fuerza renovada por el llanto y la exigencia de eones, insertos en una mirada nueva y profundamente única, como si cada explosión silenciosa en que creo un universo sirviera para solicitar una caricia, enmendando los errores encadenados por una serie de absurdas limitaciones, mientras yo me muevo tu caes un tus periódicos letargos y no lo admito, porque el tiempo aun no me consiguió detener los gritos candentes y porque no puede ser que tú permanezcas más rato del que necesitas pensando estupideces mientras yo reclamo el mundo, sin posesión ni retribuciones, el mundo entero con sus pequeños recovecos en los que habitan las hormigas y los misterios que alcanzan el fondo de los bolsillos, arriesgando la posibilidad de que el miedo aparezca de vez en cuando, al fin y al cabo soy pequeña y apenas he nacido todavía, pero tu ahí me vas a dar la razón, ahí sí, de que esto no lo va a detener nadie, que mi hambre no lo van a calmar con sucedáneos de cariño ni con recompensas de medio pelo acuñadas en dígitos miserables, y si en cambio recorrerán mis manos la tierra, la madera, el cristal que se sumerge al margen de la hilera de muertos que entierran sus negros ríos de esclavos, más allá de toda esa amargura estrafalaria que llena la panza de los ciegos, y conmigo vendrás, si es necesario a rastras, hasta el final de la playa donde las ballenas no quedan varadas, hasta el profundo centro del bosque oscuro donde solo la tranquilidad y el aire puro de transparencia alcanza a recomponer el día tras los sueños que emergen de los troncos de los árboles como líquenes hermosos y humildes, unidos así como la tierra al árbol y al barro, a la hierba gratuita y al sol que lo ilumina todo con luz clara y serena y no con falsas imágenes que deslizan mentiras a una media de cien por segundo. Cansado estarás, pero no de esperar al cambio, no estarás cansado de caminar y estar despierto, permanentemente despierto, leyendo el infinito libro del mundo que se cumple en mis dedos y en el relativamente largo pestañeo con el que abarco la luz que me rodea.  


Photo; Vivien Maier

lunes, 19 de octubre de 2020

Susto reciente


 

Hace cuatro horas que el gran abejorro negro se puso a perseguirla, como siempre, no por ningún tipo de aversión ni nada parecido, solo porque el abejorro negro quería estar con ella a pesar de que, es evidente, no es ningún tipo de flor ni contiene polen, sino tan solo palabras que eleva al viento, eso sí, como si fueran un gran diente de león desliándose.

 

El abejorro la persiguió susurrando palabras y aliteraciones con ese; ella, desesperada y feliz, por fin se refugió en casa. El abejorro, sin embargo, fue rápido y llegó a tiempo para que la puerta se cerrara tras él. Zumbaba con eco. Minutos más tarde podrían haber llegado las visitas de gente pobre, o una carta con o sin remite. En cambio, poco después, llegó un regalo mohicano, chispa y halcón. El abejorro huyó o se escondió en algún armario, para practicar nuevas danzas o melancólicamente recordando algún panal. Mientras, el regalo duerme, con los puños cerrados, esperando que las puntuales luces traspasen la persiana.

jueves, 7 de noviembre de 2019

El púrpura y la luna



Antes de que Juba, rey de Mauritania, enviase una expedición a las Islas Púrpura en busca de los antiguos secretos de los fenicios, su mujer, la reina Cleopatra Selene, se desnudó. Estaban en medio del silencio de palacio. Había, eso sí, el rumor de una fuente. Pero el silbido de los vestidos de seda cayendo alarmaron a la guardia que, al otro lado de los muros, sintieron la amenaza de una serpiente. También se escuchó el corazón del rey batiendo sus costillas. Cleopatra Selene le hizo entender con este gesto que había otras prioridades en el reino, más relacionadas con el futuro que con el presente de los caracoles de Tiro.  Más tarde, Juba, sólo en su gabinete, empezó a escribir otro tratado de gramática. 

viernes, 18 de octubre de 2019

Vigilante, ¿qué hay de la noche?



Desde hace siglos, los caminantes nocturnos han sido objeto de innumerables censuras por parte del resto de población circulante. El mero hecho de usar los pies en vez de otros más mecánicos procesos, incluso durante las húmedas horas lunáticas, lleva a muchos caminantes a recorrer las calles con ciertas reservas debido a lo precario de su prestigio. Sin embargo, está probado que nadie piensa si no anda. El mecanismo del cerebro es simple, aunque desconocido. Lo único que podemos inferir es que  se requiere el girar de las moviolas o el pedaleo frenético de los ciclistas, o en su defecto, el caminar nocturno, como mecanismo moderno para propiciar el más sutil origen del pensamiento dentro de esa nuez pequeña y maltrecha que es el cerebro. El andar ha de ser constante, para crear ideas que valgan la pena. Ya los grandes peripatéticos vinieron a descubrir tan obvia relación, que hasta hoy no ha servido para que muchos filósofos difusos evitaran caer en las más extremas sequías creativas porque pretendían pensar sus sistemas sentados en el cómodo sitial de sus oscuras y humeantes chambres a coucher. Por todo ello, yo ando. En mi caso es más fácil porque tengo cuatro patas. Ando bajo las farolas, con ella, después, pienso. Vamos a todas partes, ¡hacia los azarosos laberintos cognitivos incluso! (La luna, seguro, tiene que ver algo con todo este procedimiento)

Photo: Bruce Davidson

jueves, 17 de octubre de 2019

Donne y las cajas


Poco se habla de los materiales con los que se ensamblan los féretros o ataúdes, mejor llamados, con cierta aspiración a eufemismo, “cajas”. (Cajas portadoras de personas que ya no necesitan respirar, y que, por lo tanto, pueden estar cerradas herméticamente todo lo que se desee sin perjuicio del contenido.) Al margen de ningún interés por el negocio de las pompas fúnebres actual, hay que recordar que en tiempos del rey Jacobo, sucesor más o menos de la Isabel de Shakespeare, se solía utilizar en Inglaterra preferiblemente, al parecer, la madera de abeto. Cuantos abetos se podían talar en la isla en aquel tiempo se desconoce. El caso es que la madera de abeto tiene ciertas cualidades, como casi todas, entre otras, su resistencia a la humedad. Es inevitable pensar que la humedad es una gran enemiga de los cadáveres que quieren persistir en su forma. El hecho de que se utilice esta madera también para los instrumentos musicales no viene al caso. El caso es que las cajas se hacían de madera de abeto. John Donne, poeta metafísico, pero rico en metáforas muy físicas, experto en el arte de poetizar sobre Dios y en la adulación postrera de damas de la Corte, escribió el siguiente verso, traducido por Cacciarolo Trejo, metaforista profesional como suelen ser los chilenos:  “y el árbol que envuelve ese cristal en tumba de madera, será un abeto rejuvenecido” El cadáver es cristal porque pertenecía a una dama, como decíamos, a la que había que ponderar en su pureza, pero es más bonita aún si cabe esa expresión del “abeto rejuvenecido” que remite necesariamente a la resurrección en estado de dispersión: resucita el cuerpo y la madera de la caja, por añadidura. Vuelve a su origen de árbol, de árbol además de pocos años y, por lo tanto, nos lo imaginamos, de profusa y afilada copa, cosa de la que nos alegraríamos porque nos gustan los árboles, y bastante. Donne era todo un comandante en jefe del ingenio.

miércoles, 16 de octubre de 2019

Protección




Viene a establecerse de nuevo un pacto
No escrito, no leído, no pensado
Entre las diversas especies de microbios
(pequeños, medianos, sinceros, arborescentes)
Para evitar en lo sucesivo
Si el tiempo lo permite
Que sus sucias antenas mancillen
El letargo de la doncella clarividente


Photo: Emmet Gowin