Hace cuatro horas que
el gran abejorro negro se puso a perseguirla, como siempre, no por ningún tipo
de aversión ni nada parecido, solo porque el abejorro negro quería estar con
ella a pesar de que, es evidente, no es ningún tipo de flor ni contiene polen,
sino tan solo palabras que eleva al viento, eso sí, como si fueran un gran diente
de león desliándose.
El abejorro la persiguió
susurrando palabras y aliteraciones con ese; ella, desesperada y feliz, por fin
se refugió en casa. El abejorro, sin embargo, fue rápido y llegó a tiempo para
que la puerta se cerrara tras él. Zumbaba con eco. Minutos más tarde podrían
haber llegado las visitas de gente pobre, o una carta con o sin remite. En
cambio, poco después, llegó un regalo mohicano, chispa y halcón. El abejorro
huyó o se escondió en algún armario, para practicar nuevas danzas o melancólicamente
recordando algún panal. Mientras, el regalo duerme, con los puños cerrados, esperando
que las puntuales luces traspasen la persiana.
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